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EL NIÑO Y LA PARED
Textos y Música
de Marco Missinato
Traducción y Doblaje:
Lua Català
https://luacatala.wixsite.com/luamusica
Érase una vez un niño. Era un niño como son todos los niños, extraordinario, un milagro de la vida. Había nacido hacía poco, había llegado recientemente, a este planeta maravilloso, quizás un año o dos.
Sus momentos más gozosos, en aquel periodo de la infancia, eran cuando iba a ver a su abuelo. El viejo abuelo, que vivía solo en una vieja casa en el campo, le abrazaba siempre con una sonrisa luminosa y pasaban juntos horas interminables, viviendo la vida a través del juego.
Su momento favorito era cuando el abuelo lo llevaba a esa habitacioncita iluminada por una hermosa ventana, en la que había una pared blanca. Y el abuelo había colocado una variedad de colores junto a la pared, del azul al verde, el amarillo, el rojo, el naranja, el marrón.
Y el niño con gran entusiasmo, elegía color por color y empezaba a pintar en la pared, a garabatear, a crear formas infinitas. El abuelo le sonreía cerca y disfrutaba con deleite de la escena.
El niño, prendado de estos colores y prendado de esta pared blanca, que cada vez se llenaba más de grafitti, de dibujos, pasaba horas, horas y horas coloreando, creando formas fantásticas que procedían de su imaginación.
Y esto continuó durante varios años, tres años, luego cuatro, luego cinco. Y cuando era posible, él, con su abuelo, bajaba y entraba en esta habitacioncita iluminada por esta hermosa ventana, y coloreaba esta pared, era una pared muy grande, blanca.
Y con los meses y los años, este muro había adquirido una serie infinita de colores, de dibujos, de formas. Esta pared, ahora representaba el deleite de la imaginación de este niño.
Luego, a medida que el niño crecía, los momentos que podía dedicar con su abuelo a esta pared, se hicieron cada vez más escasos. El niño tenía que ir a la escuela, tenía un número, cada vez mayor de compromisos y responsabilidades.
Y así pasaron año tras año y el niño comenzó a crecer y poco a poco se olvidó de esa pared. El abuelo murió y esa casa fue cerrada.
Ese niño, ahora convertido en hombre, había seguido las reglas del juego, había seguido la práctica sugerida por la costumbre, por lo que se había graduado, había ido a la universidad, se había licenciado, había encontrado trabajo, se había casado, había tenido hijos. Su vida era normal, una vida como cualquier otra.
Un día, un maravilloso día de primavera, este hombre, por una serie de razones, después de que su padre también había muerto, tuvo que detener su rutina y su día a día normal, para organizar los bienes que su padre le había dejado al morir. Y entre estos bienes también estaba la casa del abuelo en la que no había puesto los pies durante muchos años.
Así, con las llaves en la mano, se fue al campo a ver el estado de este bien y cómo disponer y qué hacer con él.
Y cuando entró en la casa de su abuelo, mientras exploraba los diferentes ambientes que formaban parte de su infancia abrió, la ahora vieja y polvorienta habitación, abrió la ventana por la cual entraba aquella hermosa luz y con gran maravilla vio la pared y de repente se acordó de aquellas emociones increíbles y extraordinarias que aquellos colores, aquella pared y aquellos dibujos le habían dado.
Y salieron unas lagrimas de sus ojos y en aquel momento, en aquel momento mágico se acordó de lo que era vivir a través del gozo, vivir a través de la imaginación, vivir a través de nuestra unicidad, vivir a través de nuestros dones.
Después de haber observado con toda su alma los colores que él mismo había creado en aquella pared cuando era un niño, entendió que algo había sucedido, entendió que no podía volver a aquel trabajo, a aquellos parámetros que había adoptado casi toda su vida. Comprendió que aquellos colores en la pared eran la representación de su verdadera y eterna esencia. Aquellos signos en la pared liberaron el recuerdo que le llevó a su verdadero origen, a su verdadera identidad, que traje tras traje social, se había escondido.
El despertar a su unicidad creó una reacción de domino en todo lo que había construido, todo lo que había hecho en su vida hasta ese momento. Se dio cuenta que aquello que había hecho era una falsa representación de sí mismo.
Cuando salió de aquella vieja y polvorienta casa de su amado abuelo ya no era el mismo, había vuelto a ser aquel niñito que quería navegar la experiencia humana, solo a través del gozo, solo a través de la creatividad, solo a través de su unicidad.
Y en aquel momento empezó para él una nueva aventura
Marco Missinato
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